Fecha: 11
Noviembre 2010 (pero de un 1887 habían sido ejecutados los obreros anarquistas
Fische, Engel, Ling, Parsons y Spies, en Chicago, durante la represión a una
huelga)
Lugar: Casa de
los colores fulminantes, (Recoleta, Bs. As.)
Bandas: /Antolín / Motoneta/ 107 faunos/
Tus viejos discos de los pixies
/me copan
Motoneta
Estaba en casa tratando de hacer música en el fruti loop. Había
visto a otros hacerlo y no parecía tan difícil. Parecía fácil. Parecía que con
un par de horas tendría un par de temas bien copantes para colgar en algún
bloguote o en una de esas páginas que difunden cosas que nadie difunde. Entonces
pensé que quizá tendría sentido, yo también difundir cosas que nadie difunde, en
ves de hacerlas que era mucho más difícil, como lo que hacen mis amigos que son
unos invisibles sociales, que no es lo mismo que imbéciles sociales, cosa que también
son. Entonces me puse a pensar en esas bandas que escuchaba cuando tenía indies
a mi lado, o por lo menos aquellos tiempos en los que los indies estaban más
amables conmigo (porque no me conocían) que los punkies que sí me conocían. Entonces
decidí irme en un viaje de extropección para conocer los muros stenciliados de
otras partes. Las otras Lalínes. Escuchar las canciones adolescentes de la nueva era y que inventamos
todo el tiempo para sentir que la vida no es tan aburrida, o lo hacemos para
decir que la vida es aburrida y que ya no quedan héroes/ ya no se puede soñar. Ese
viaje a darjeeling que pude hacer me lo permitió un grupo de viaje que
tiene cometidos sociales/ foro social-congreso-ddhh universitarios. Entonces yo les dije que
sí. Que creía y que me interesaba todo ese asunto de los derechos humanos. Que lo
de los pobres estaba muy bien. No que existieran pobres. No, eso no, sino que
lo de la lucha antipobre. No, tampoco eso. No se me mal entienda. Quería decir
que la lucha en contra de que la gente sea pobre estaba más que bien. Eso es. Eso.
Contra la desigualdad de los pueblos. Eso. Y los derechos humanos que es lo que
importa. Correcto. Y cómo lograrlo.
Pues no sé. Porque yo les dije que sí, pero la realidad fue
que no. Que no fui a los talleres de los pobres, sobre los pobres, ni contra los
pobres, ni los derechos humanos y todo eso que a todos nos preocupa tanto porque
siempre que nos llenamos la boca de solidaridad, quedamos realmente
satisfechos. Es decir, pipones. Entonces yo estaba de ayuno de esas cosas. Hace
tiempo que no pasaba por uno de esos carritos. Entonces me lo perdí, por faltar
a los talleres de conciencia. Lo de cómo lograrlo. Y les mentí a los que me
permitieron ir de viaje, y yo, maldito yo, con otros ocultos cometidos, que muy
lejos estaban de los derechos humanos y conciencia social y la pobreza, o no
tan lejos de la pobreza pero sí de la conciencia.
Entonces estaba allí. En la gran Buenos Aires que se me
abría, y se me hubiera abierto aún más con el dinero suficiente. Como todo. Yo caminaba
por esas calles y trataba de tomarme todos los subtes posibles porque tenía un
objetivo. Ver a Antolín. Lo que sabía era que tocaba en un barrio llamado
Recoleta y que era en un centro tipo cultural llamado Casa de los Colores Fulminantes. Que iban a cortar la calle y
vender helado, con opción a ponerles salsas de chocolate, frutilla, cereza y
menta azul. Se venderían libros independientes de gente independiente de mente
pero no tanto así de bolsillo. Todo eso era la descripción del evento en la
página los indiespensantes de hoy y de
siempre. Se les había pasado poner la dirección, pero bien. Seguramente era
gente muy ocupada. Que compondrían canciones todo el tiempo. Y más en esa época
en donde la primavera alienta a salir en bicicleta e ir a los parques y
componer y componer. con la cantidad de parques que allí hay. Aparte, esta omisión me servía a mí para manejarme en una
ciudad fustigada por la inmensidad y la enorme oferta cultural. Entonces me lancé a
los subtes en busca de acetatos que me orientaran en mi búsqueda. Cierto es que
también iba buscando lugares en donde colocar libros de Danielle Richarldon, un
novel autor de Montevideo que se merecía entrar en el mercado under bonaerense. Nuestro
Bukowski Bukólico. Esta vez quería cumplir mi objetivo. Ya me había pasado en
un viaje anterior, que me encontré pasando de casualidad a las 21.30 hs por la
puerta de un teatro independiente en el que acababa de tocar una banda llamada
Pop Dylan. El evento tenía un afiche con un inmenso y simpático oso polar. No me lo pude perdonar. Esta vez no pasaría lo mismo de dejar que me
pasara ante los ojos y no hacer nada.
Emprendí marcha hacia los subtes entonces. Con la tranquilidad
de que monedas no me faltaban. Era lo que más tenía. Línea A. luego la C. Azul,
verde y luego la amarilla. Tardé un par de días en encontrar la conexión de
líneas que me dejara en el lugar, según mi paradero, que en ese momento era el
barrio Barracas. Un barrio obrero, industrial cerca de un cementerio. Así fue
que haciendo la conexión línea A, luego C, y finalemente H, llegué al barrio en
cuestión. Ya había conseguido las calles, también fruto de un par de
interrogatorios en el parque Saravia, entre la sección de literatura beat y la de
discos de pasta década de los 80´s. No fue tan difícil después de todo.
Eran las 15.47 de la tarde de un sábado soleado cuando
arribo a la calle en cuestión. En ese momento estaba empezando una ronda de
poetas que, subidos a una zorra remolque, lanzaban sus sonetos como dagas de
celofán. La primera me pareció una chica aburrida aunque muy linda al estilo
cat power, luego vino un nerd de bermudas de los cuatro fantásticos, que lo
hacía bien. Manejaba un humor ácido en torno a lo perdedor. El tercero fue un
descubrimiento para mí. Era un calvo entrado en los treinta, mezcla de Rufo Martínez
y Jorge Alfonso. Uno por lo calvo y corpulento, otro por lo calvo y poeta. Este
Rufo Alfonso subió al la zorra remolque, sin papeles y (como comprobé más tarde) sin memoria. Entró en
escena con una laptop MAC blanca entreabierta. Y así como así se dispuso a leer de
su computadora portátil. Muchos pensamientos pasaron por mi cabeza. El snobismo
que se presentaba allí era más del que me esperaba. Antes de empezar este Rufo Alfonso,
hizo una serie de comentarios jocosos en relación a su “ocurrencia”, y luego
leyó unos poemas de mierda. Así terminaba la sección poesía.
Empezaba la parte de los pianitos y de las guitarras más o
menos afinadas, que disfrutaba tanto. Una chica al lado mío me pide que le
compre un helado de limón con salsa de menta azul y que a cambio me contaba un súper
secreto. A lo que le dije que no. Que tenía
novia y que no jodiera, que tampoco tenía plata y si la tuviera me compraría un
vino no un helado, por más calor que hiciera. Ella se puso mal. Tenía una calza
con dibujos de animales simpáticos tomando helados de limón con salsa de menta
azul y un vestido floreado con el que se secó las lágrimas con brillantina
naranja. Lamenté herir sus sentimientos. Se le decoloró la cara y salió rumbo a las luces chillonas. Parecía una
mandarina con lentes Ray Ban. En fin. El ambiente era ameno. Todo muy colorido.
Una tristeza colorida y melancólica. Me quedé un momento sentado observando el
paisaje en un cordón. Habían guirnaldas y globos y muñecos de Mc Gyver y Dana Elcar.
Me fui a dar una vuelta y comprar un vino para invitar a la chica mandarina. Quizá
si le decía que tenía menta se pusiera mejor.
Cuando vuelvo del almacén con el tetra, me encuentro con que
la chica mandarina era la novia de un músico. Tenía una camisa a cuadros y una
guitarra a cuestas. Decidí no acercarme demasiado. Empezó con mucha gracia y
humildad una banda llamada Motoneta.
Mi sistema de asociación libre me indicó: El mató un policía motorizado /
Motorama. Empezaron a sonar unos acordes muy simpáticos, xilofones,
distorsiones noisie amanzadas y letras que hablaban de tu sombra te aplasta mientras buscas un lugar seguido, de riffs
ambientales. De las cosas jodidas no me
vibran más. Y así hicieron sus seis o siete temas. Un poco antes de que
terminara el toque me llaman de que tengo que ir a un taller que hacen los
mismos que me llevaron a Bs. As. No podía faltar. Sino me dejarían para siempre en este lugar demente. Decidí
actuar rápido. Quedaba media caja de vino aún y había tres líneas de subte qué
tomar. Con el vino en la mochila me calcé los walkman (que me robé de una hipster)
y arranqué para la principal. El asunto transcurrió rápido. Mi objetivo era
regresar antes que comenzara Antolín. Iba a perderme 107 faunos, pero no era
para tanto.
Una vez en el taller que duró unos quince minutos porque llegué
tarde, me volví. El objetivo estaba cumplido. Esta gente a la que le debía, me
había visto la cara. No me podrían dejar. Pedí a la Pocha que me acompañe al toque y a las
corridas, a lo que ella accedió luego de que le presentara la caja de vino a medio
tomar. Llegamos sudados y ya entrada la tarde-noche.
Antolín estaba sonando, era el tema Días
del futuro que me gustaba mucho por ese entonces, ahora no tanto. Veo que
el único que había cantando en la zorra remolque era el novio de la chica
mandarina. Era él. Sólo pude ver tres temas. Que ninguno sonó tan bien como me
esperaba. Mil quinientos kilómetros para esto? Me sentí un poco decepcionado al principio, es
cierto, pero con el tiempo comprendí. Él no siente nada. La próxima voy a ver a
loquero.
Esta crónica está inspirada en este Antolín, que lo pude saludar hace un par de días, cuando él iba hacia el club a hacer deporte. Un verdadero capo.