Fecha: martes 18 de Marzo, 2014
Lugar: La Trastienda
Banda: Marcelo d2
Cobro y me compro la entrada. Cobro y me compro la entrada.
Cobro.
Me compro la entrada.
Campera de cuero porque sigo siendo punk, aunque hace un tiempo haya
algo del hip hop que no puedo ignorar. Pedaleo para alejar la idea del chetismo
al que estoy a punto de meterme.
Puede que no, puede que haya alguien.
El colega que acompaña tampoco tiene faso. Paneo alrededor, bebiendo
birra. Nada. Promotoras de puchos sonríen mostrando las piernas e intentando
convencer que esa cajita después me va a servir para guardar el tabaco. Era
mejor decir simplemente “no, gracias”.
Todo empieza lento.
DosTresCinco son dos o tres o cinco que se mueven en el escenario sin mucha
gracia.
No me concentro, no recuerdo nada.
No tengo drogas.
Ninguna.
Palpo en el bolsillo la guita de la entrada que el colega me devolvió
antes de entrar porque le compré la suya.
Aleluya, dame whisky. Dos.
Miro el cambio, la rubia de la caja le erró. Me cobró uno solo.
Cierro la mano, giro y sonrío. Las luces se apagan. La banda sale a
escena.
Bata, percusión, guitarra, bajo, un tipo que pasa las pistas – ¿un dj?
-, otro cantante que en realidad es Fernandinho Beatbox, un instrumento en sí
mismo.
Todos aúllan cuando lo ven salir. Tiene un sombrero como pegado a la
parte de arriba de la cabeza. Championes blancos. Qué sorete, pienso, tiene 46
años. Yo también quiero ser carioca.
No escuché el último disco. Tampoco me importa. Hace como veinte
minutos que perdí el control de la parte inferior de mi cuerpo. Las patas y el
culo se me mueven solos.
Yo también soy carioca. Él agita a la gente y yo agito a los de
alrededor sin decirles palabra. A ver, vos, descruzá esos bracitos. Bailen
manga de uruguayos.
Mientras en el escenario circula una señora vela humeándolo todo, el pelado a mi lado prende un faso en el instante justo en que calculo el mangazo y me doy
cuenta que lo conozco. Aleluya. Se aí tem fumaça, aqui também tem.
Había planificado hablar de cómo Marcelo d2 tira links con las
palabras, de cómo logró meterse dentro de una historia musical que le era ajena, de cómo la reivindica.
No hay lugar para eso en la oscuridad de la masa que tomó coraje y
alguna que otra bebida, porque para el momento en que un grupo de minitas
bastante troncas pal meneo suben al escenario, el toke se me acaba encima.
¿Cómo?
¿Ya?
¿Tan rápido?
Las luces blancas se prenden diciendo que si a todas las preguntas anteriores.
El colega se pierde entre la gente que sale. Las piernas siguen en otra
velocidad. Debe ser por eso que, cuando ven entrar a un par de pibes por una
puerta que se abre a la derecha, los siguen. Sonrío ante el pasillo que se me
abre adelante y le doy como perro por su casa.
Al final del túnel un cuarto con morfi, bebida, la banda y las minas
troncas que bailaban en el escenario. Todo envuelto en una nube de humo que
sale de los varios porros prendidos.
Aleluya meus irmaos. Me mezclo. Sigo sonriendo. Las guachas acosan al
marcelo sacándose fotos. De al lado los 46 se le notan alrededor de los ojos.
Aunque puede que sea el faso nomás.
La birra me llega, el faso también. Pito profundo y se lo paso al de
gorro pegado a la cabeza y championes blancos. Sonrío. Él también. Segundos más
tarde los músicos desaparecen por otra puerta.
Pego una vuelta. La única de las minas troncas que se atrevió a bailar
un poco más al frente y no pegada contra la batería me saca conversa. “Tendrías que haber dicho ´chupen giles´
cuando el marcelo te dio el micrófono”, le digo. “¿Me estás descansando?”, me contesta.
Miro el vaso de birra que sostengo, ese que apareció de la nada y se
rellenó ídem.
O gringo subiu o morro e bebeu cachaça. Fumou maconha e obteve a graça.
Cierro
la mano, giro y sonrío.
Depois do samba sua vida nunca mais foi a mesma.