Lugar: la diaria
Fecha: viernes 22 de abril 2011
bandas: Hotel Paradise, Los Waffles
Escribir es un ejercicio de memoria. En el caso de crónicas como estas, que se cocinan en la pachorra cotidiana, la demora usualmente significa menos detalle del que se había pensado, o mejor dicho: uno simplemente se olvida de todo. Una de las preocupaciones que hemos compartido entre los que hasta ahora mantenemos el blog es precisamente ese, el tiempo que demoramos en escribir y cómo si lo hiciéramos más cerca de las fechas en que los tokes ocurren, más gente se colgaría y diversas conjeturas por el estilo. Pero ahora, mientras escucho Trashmen y lo dedos me vuelan siguiendo el ritmo arrollador, fuerzo a la memoria a que vaya escupiendo hechos.
Fecha: viernes 22 de abril 2011
bandas: Hotel Paradise, Los Waffles
Escribir es un ejercicio de memoria. En el caso de crónicas como estas, que se cocinan en la pachorra cotidiana, la demora usualmente significa menos detalle del que se había pensado, o mejor dicho: uno simplemente se olvida de todo. Una de las preocupaciones que hemos compartido entre los que hasta ahora mantenemos el blog es precisamente ese, el tiempo que demoramos en escribir y cómo si lo hiciéramos más cerca de las fechas en que los tokes ocurren, más gente se colgaría y diversas conjeturas por el estilo. Pero ahora, mientras escucho Trashmen y lo dedos me vuelan siguiendo el ritmo arrollador, fuerzo a la memoria a que vaya escupiendo hechos.
Lo primero que aparece fue el bochorno del final. Los Waffles, la banda argenta que cerraba la noche, venía haciendo su cuarta o quinta canción cuando les apagaron los equipos y largaron música de fondo. Perplejos, asombrados y después quemados, los cuatro dejaron el escenario, mientras el batero se agarraba los huevos y se los ofrecía al público. Según dijo el del sonido de la diaria, cortó el toke porque el cantante había roto dos micrófonos. Muy raro. Yo creo que no les gustó que el cantante fuera un gordo zarpado, que agitaba una prominente barriga peluda ante el público, que se movía y bailaba como desquiciado y que cuando empezaron a hacer su versión en spanish de I wanna be your dog, el mencionado cantante se arrodilló frente a una de las chicas de tacos que ocupaban las primeras filas y le encajó la cara en la concha. La chiquilina medio horrorizada, primero se rió y después empezó a recular, mientras el público no se animaba a ponerse a bailar. Es raro eso en la diaria, no hay pogo, no hay baile, nadie se acerca demasiado al escenario.
La banda pintaba interesante, un batero firme y una minita al bajo, una muñeca ella.
Las otras dos bandas que tocaban esa noche eran Hotel Paradise y Luz Mala, y ahí nos enteramos que se festejaba el octavo año del sello argentino Rastrillo Records, para el que se ofreció un aplauso. Es el que editó en Argentina a Motosierra y Culpables.
A Luz Mala llegamos tarde, pero según contó la flaca mientras me mangueaba un tabaco fue que tenían como cuatro guitarras y se entreveraba todo el sonido y no se entendía un carajo. No gustó demasiado.
A Hotel Paradise sí la vimos. Pero no tengo mucho para decir, en realidad. Sólo que no podía dejar de pensar que parecía una franquicia de Motosierra, con quien comparte bajista y batero. En vez de Markitos, que se agitaba petiso entre el público, está Nico Barcia, ex chico eléctrico, que canta y lleva la guitarra con gracia. Era bastante cómico notar el parecido entre el Wallo y el personaje principal de la peli que se proyectaba en la pared mientras la banda tocaba. Simón del desierto, también de Buñuel. (Nótese el parecido en la foto tomada por la cámara indiscreta de la música).
El boliche estaba lleno desde que llegamos, mucho moderno, algún reventado cuarentón eléctrico como Andy Adler y Gabriel Barbieri. Ahí está Pedro, me dijo la flaca, pero tardé demasiado en encontrarlo porque es bastante bajito y se me perdió entre la gente rápidamente.
El principio de la noche fue en realidad en Cinemateca, en la bendita semana del festival, que este año son dos. La única actividad decente para todos los muertos que no nos vamos de esta agonizante ciudad durante la semana turística igual de agonizante. Entonces, uno se sienta ahí, saca la petaquita de ocasión, se ofusca un poco si alguien se sentó justo delante y le imposibilita poner los pies sobre el asiento delantero (en eso, los altos de 18 son los mejores) y se deja atrapar por la pantalla. Se puede vivir la pesadez de de la miseria rusa, descubrir la impresionante industria cinematográfica en la ex- Yugoslavia de Tito, taparse los ojos cuando el yakuza japonés se corta un dedo en señal de lealtad, o bien confirmar todo el alcohol que se beben tanto irlandeses como brasileros. Y si se hace el esfuerzo, se puede encontrar a un austríaco maratonista que también afana bancos sin que le tiemble el pulso y sin disparar un puto tiro.
En realidad, el último recuerdo está al lado del teclado de la computadora, en dos discos. Rastrillo Records había montado una mesita en la que vendían algunas de sus ediciones y de otros sellos que aca no llegan. Mesas que en tiempos pre internéticos, eran el delirio de nosotros imberbes, que aunque no tuviésemos dinero suficiente, algún disco siempre salía. Esos compilados de punk que traían 20 bandas, 15 de las cuales eran desconocidas y nos traían un poco de aire fresco (ninguna referencia al cuquito Lacalle con esto). Esos que eran los primeros en prestarse y en rayarse.
El puestito lo regenteaba Pirulo, el capo del sello. Buena onda el chabón, colgado, nos sacó charla y nos aceptó el regateo. Así este blog continúa aumentando su colección de discos (que aparecerán en estos días en la pluma, junto con los del Alabama boy prometidos en unos posts más atrás. No desesperen, que todo nos cuesta un Perú). En este caso, fueron Boneshaker baby de Vince Ray y Horny as hell de los Fuzztones.
Ahora estimados, antes de culminar nuestro mensaje de este viernes, advertimos a aquellos que no lo hayan notado en la cartelera de la música acerca del duelo surf que esta noche se llevará a cabo en la ciudad: desde aquella esquina de la ciudad vieja, pasando los 30 años de edad, con varios discos editados, los supersónicos se presentan en Lindolfo, como cierre de la proyección de Bobby Holly. En esta otra esquina, los retadores, rejuntados desde distintos pantanos del plata, los nóveles Ultraman, se presentarán a puro garage surf en Decibelios, el antro inevitable.
Este blog se torció por unos de los tokes, pero eso lo sabrán la próxima semana. Agur!
laV.
laV.